"Ave atque vale" es como se despiden los cazadores de sombras en el mundo de Cassandra Clare y significa “salve y adiós”. Yo, a veces, digo bai, chaopescao, chaolín, bai bai…A veces ni siquiera me despido ¿pero cómo nos despedimos de aquellos que sabemos no volveremos a ver?
Adiós.
No me despedí de mi abuela. Lo último que le dije fue que había empezado un curso de no sé qué cosa en el SENA, pero que no me había gustado…ella estaba en UCI. Ya llevaba un buen tiempo ahí. No me despedí de quién era mi mejor amiga porque dijo algo que me dañó tanto que no quise volver a verle. No me despedí de mi gato Orión porque no lo vi en la mañana del día que falleció.
¿y luego? Nada, la vida sigue. Pero ante tantas perdidas me he creado una To-Do list o una Guía de supervivencia porque las ausencias duelen y aquí te la regalo.
Guía de una girl para superar la ausencia
Paso 1. Llorar (y seguir llorando, preferiblemente con banda sonora)
Cuando mi papá nos dijo a mis hermanos y a mí que nuestra abuela había fallecido, no supe qué hacer con el silencio que siguió. Horas después, como si el universo supiera lo que necesitaba, escuché “El triste” de José José. Y entonces, me rompí.
Lloré hasta que me dolió el corazón. Me dolió el estómago. Me dolió la cara. Pero esa noche, después de tantas lágrimas, pude dormir tranquila… aunque el peso de no haberme despedido de ella seguía doliendo más que todo lo anterior.
El día que dejé de frecuentar a mi mejor amiga, me hice una playlist de canciones tristes, de esas que destrozan el alma con cada verso. No podía imaginar un presente sin ella, mucho menos un futuro en el que no hiciéramos todo lo que habíamos soñado.
A veces, cuando la vida se atora y no hay lágrimas a la vista, me las provoco. Mi ejercicio favorito: ver películas o series que toquen justo donde duele. Las diez mil lágrimas que no supe sacar por mí misma terminan saliendo así, con ayuda, pero igual de necesarias.
Porque llorar también es avanzar, aunque al principio parezca lo contrario.
Aquí te dejo mi soundtrack para cuando quiero llorar: Sudden Shower
Paso 2: Volver arte el dolor
No necesitas ser artista para crear desde lo que sientes. El dolor, la tristeza, la nostalgia… todo eso también puede transformarse. Puedes escribir una carta que nunca vas a enviar, dibujar aunque te salga chueco, pintar con los dedos, armar origamis sin saber plegar bien. Lo que sea. Lo importante no es que quede bonito, es que te quede más liviano.
Hacer arte del dolor no requiere técnica, solo intención. A veces las emociones no encuentran palabras, pero sí formas. Un diario. Un substack. Un poema. Un rayón. Un meme que solo tú entiendes.
Crear te da un lugar seguro donde poner lo que pesa. Y con el tiempo, lo que duele empieza a tomar otras formas. Formas tuyas.
Yo, por ejemplo, me refugié en el collage. Empecé pegando trozos de papel al azar, casi sin pensar, y escribí sobre ellos cuánto, cómo y dónde extrañaba a mi abuela. Era caótico, pero me sostenía. Más adelante, cuando ese duelo ya no pesaba tanto, empecé a escribir sobre un boy que me gustaba y con el que, en el fondo, sabía que no iba a pasar nada. El desamor también es duelo. También implica un adiós, incluso cuando nunca hubo un “hola” formal.
Crear es otra forma de llorar, pero con las manos.
Paso 3. Enviciarse
Ojo: nada en exceso es bueno. Y no estoy hablando de vicios dañinos ni de anestesiarse hasta desaparecer. Me refiero a encontrar refugios intensos, pasiones obsesivas pero inofensivas, que te abracen cuando nada más lo hace.
Yo me envicié con el K-pop, los K-dramas, los musicales y todo lo que oliera a cultura geek. Durante un tiempo, mi mundo giró en torno a eso. Me aprendí coreografías, hice playlists para cada cosa que sentía, lloré con historias que no eran mías, pero que sentía como si lo fueran.
Hubo una época, justo en plena pandemia, en la que me obsesioné con el universo de Percy Jackson. Me leí todos los libros en menos de un mes. Así de metida estaba. No salía de mi casa, las clases eran virtuales, y estaba a punto de graduarme del colegio. Era un limbo raro. No tenía ni idea de qué iba a hacer con mi vida, pero al menos sabía que Annabeth y Percy siempre iban a estar ahí.
Ahora, a mis casi 23, ya no tengo el tiempo ni la ligereza de entonces. Pero entiendo que ese “enviciarme” fue una forma de sostenerme. Y de sanar, aunque no lo supiera. Así que sí. Obsesionarse con algo que sirva de escapatoria te puede ayudar.
Paso 4. Vivir tu vida
En algún momento, después del llanto, el arte y los refugios emocionales, toca volver. No de golpe. No fingiendo que ya no duele. Pero sí reconociendo que, aunque algo se rompió, tú sigues aquí.
Salir del remolino de tristeza —ya sea por una pérdida, un desamor, una despedida o un duelo invisible— es difícil. Pero cuando logras asomar la cabeza, cuando por fin respiras sin sentir que te ahogas… entonces puedes empezar a vivir de nuevo.
Y vivir no es ignorar lo que pasó. Es permitirte disfrutar de un café sin culpa. Reír con alguien aunque aún extrañes a quien ya no está. Empezar un proyecto. Hacer planes. Caminar bajo el sol y darte cuenta de que, aunque el mundo no paró por tu dolor, tú estás aprendiendo a caminar dentro de él otra vez.
No se trata de volver a ser la misma persona. Se trata de encontrarle sentido a ser quien eres ahora, después de todo eso.
Está bien extrañar y querer. Eso nos hace completamente humanos.
Hasta aquí llega esta miniguía que me ha salvado incontables veces.
Si estás pasando por un duelo, una pérdida, una ruptura, o simplemente por un momento en el que todo parece demasiado, solo quiero recordarte algo: no estás sola.
Tu dolor merece tiempo, espacio y respeto.
Llorar no te hace débil. Crear desde lo que sientes no te hace ridícula. Aferrarte a lo que te da paz, aunque sea una serie, un libro o una boyband, no te hace inmadura.
Seguir viviendo, aunque duela, ya es un acto de valentía.
Sanar no siempre se siente bonito, pero siempre vale la pena.
Con mucho amor, Bel.
Ya nos veremos en otro post.